Pérez, Víctor Pérez
Vayan mis disculpas por anticipado a quien pueda sentirse ofendido por este comentario, es decir, a todos aquellos que convierten las redes sociales en una especie de Gran Hermano, empeñándose en contarnos su vida en tiempo real.
Hemos pasado de un hermetismo casi obsesivo en el que no le dábamos el número de teléfono ni a nuestra santa madre, a contarle al mundo que en este preciso instante estamos en el WC de un bar sufriendo los efectos de la fabada de ayer. De hecho algunas aplicaciones nos facilitan hasta la ubicación del váter en cuestión por si queremos ir a sujetarles por los sobacos mientras se alivian.
A las pruebas me remito; abro mi página de inicio en Facebook y me encuentro:
Entrada de Fulanito:
«Me voy al pueblo a ver a la familia»
Entrada de Menganita:
«Ya he llegado a casa»
Entrada de Zutanito:
«Estoy de camino al supermercado con los niños».
Cuando ves por la calle a algún conocido y le preguntas:
-«¿Qué sabes de Manolo?.
Vistazo a la «Blackberry» y la respuesta es tan inmediata como exacta:
-«Ahora mismo está comprando un antiácido en la farmacia de la esquina de Alcalá con Narváez».
Quizás porque durante décadas se ha hablado tanto sobre la incomunicación entre las personas, ahora tenemos la necesidad de hacer un libro de bitácora con nuestra vida y compartir información inútil con el resto de la humanidad.
Si en un futuro, tal como ocurre con el SMS o el teléfono, tuviésemos que pagar cada vez que envíamos algún e-mail o subimos algún comentario en Twitter, Facebook y similares ¿cuánta gente dejaría de utilizarlos?.
Tal y como van las cosas parece que ese día no anda lejos.